Con las primeras luces del alba, el comisario Salvo Montalbano se despierta sobresaltado por una pesadilla angustiosa. En ella, la capilla ardiente de su propio funeral se instala en su despacho y todos sus compañ eros de trabajo le dan las condolencias por su reciente fallecimiento. Y lo peor es que Livia le comunica que no tiene intenció n de asistir al entierro, pues aunque lo ha amado tanto en vida, no puede 'desaprovechar esa oportunidad'. Pero las zozobras í ntimas del comisario quedan en segundo plano cuando la llegada al puerto de Vigà ta de un misterioso velero de lujo coincide con el hallazgo de un cadá ver con el rostro desfigurado. Montalbano se pone manos a la obra y pronto se verá inmerso en una investigació n de muy hondo calado, en la que el trá fico de diamantes africanos desempeñ a un papel fundamental. En palabras del propio autor, é sta no só lo es la aventura má s 'marina' del comisario, sino que por primera vez trabaja codo a codo con una mujer policí a. ¡ Y qué mujer! La joven teniente Laura Belladonna es de una simpatí a irresistible y una belleza magné tica. Igual que Petrarca, para Montalbano Laura es el 'dulce error', el deseo nunca consumado, aunque sí correspondido, que lo situará frente a frente con su conciencia. La proverbial lucidez de Salvo no le bastará esta vez para librarse de algunos de los fantasmas que lo atenazan, por lo que deberá acudir en busca de consuelo a la trattoria de Enzo, quizá con má s frecuencia de la habitual.