Se impone, antes que nada, hay una amputació n simbó lica: é ste no es un libro de amor.
Ni siquiera de cartas.
Ni siquiera la redenció n.
Se trata de una hemorragia contenida en papel, así que tal vez sangre lentamente, como una navaja olvidada en el bolsillo interior de una chaqueta. De esas a las que vuelves cuando has perdido la batalla.
Má s de una vez me han dicho que escribir cartas de amor es un signo de debilidad.
No estoy de acuerdo.
La debilidad es fingir que no la sientes.
La debilidad es memorizar discursos sobre el desapego mientras se sueñ a con un tacto que ya no existe.
La debilidad es tener palabras y no usarlas.
Amar es otra cosa, es una especie de violencia permitida, un vi-cio que no se puede rehabilitar.
No sé si alguna vez he amado. Claro que sí , qué estú pido. Claro que sí , si no, no estarí a escribiendo este libro.
De hecho, ni siquiera sé si lo que sentí a era amor, o si só lo era una necesidad bien vestida, con zapatos italianos y promesas iró ni-cas que me hací a la vida.
Só lo sé que lo escribí yo.
Y eso fue suficiente.